Por Esteban Paulón (IPP LGBT+)
En la playa, a la salida de un boliche o en alguna plaza de barrio. Cualquier lugar puede ser escenario de los cada vez más frecuentes actos de homo lesbo trans odio. La brutal golpiza a Marcos y Franco en un local de comidas rápidas el pasado lunes volvió a mostrar uno de los peores rostros de la violencia hacia las diversidades sexuales.
El hecho ocurrió en un local de comidas rápidas ubicado en cercanía de un local bailable de ambiente LGBT+ y no es el primer que ocurre allí. Hace unos años este McDonalds había sido escenario de la brutal golpiza que una patota le propinó a Jonathan Castellari. ¿Impericia o zona liberada?
En el caso de Marcos y Franco, todo sucedió durante el desayuno del lunes cuando un chico los comenzó a insultar, agarró un vaso de gaseosa y se los tiró en la cara. Luego de esa primera agresión, y ante una tenue respuesta del personal de seguridad, esta persona empezó a golpearlos en la cara, provocando heridas que requirieron cuatro puntos para repararse.
Las víctimas pidieron “no naturalizar la violencia” y realizaron la denuncia que ya se tramita en los juzgados porteños y la Defensoría LGBT.
Figurita repetida
“No tienen que estar acá haciendo eso. Son unos desubicados, no tienen derecho”. Tras increpar a Brian y Ariel, un vecino de Villa Urquiza comenzó a perseguirlos y pegarles latigazos para que abandonaran la plaza en la cual compartían una charla a la luz del día. No ocurrió en 1800, pasó en diciembre de 2019 y es una escena que se repite.
Algo similar vivieron Reyvis y Luis el pasado septiembre. Ambos novios sufrieron la violencia y el hostigamiento a la salida de una fiesta en el barrio de Palermo. “Hasta volaron platos” contaban entre el miedo y la indignación.
No la pasó mucho mejor la pareja de una chica lesbiana y un varón trans en el Bar UFO/Don Rammon de Necochea agredides por el personal de seguridad del local bailable, o la de Gustavo y Mariano expulsados del Balneario Ocean Club ubicado en Playa Grande de Mar del Plata. Todo ocurrido en enero de 2020.
El listado no se termina acá y, como viene la mano, no hay perspectivas de que mejore hacia adelante. ¿Cuántos casos de agresiones a personas por su orientación sexual o identidad y expresión de género sucederán cada día? ¿Cuántas no conoceremos, cuántas no serán denunciadas?
¿Cómo operará la vergüenza a la hora de presentarse ante la comisaría del barrio o el pueblo, la fiscalía o la defensoría a denunciar una agresión por homo lesbo trans odio? ¿Cuán preparadas están las instituciones para alojar estos casos y darles curso desde la perspectiva de protección de derechos?
Si hasta tenemos el antecedente de la absurda sentencia que la “Justicia” porteña – más precisamente el Tribunal Oral en lo Criminal N°26 de la Ciudad de Buenos Aires – ordenó a Marian Gómez, condenándola a un año de prisión en suspenso y al pago de las costas del juicio por besar a su esposa en la estación de Constitución en 2017.
Mejorar los mecanismos existentes para la denuncia y sanción de la discriminación y la violencia hacia el colectivo LGBT+ podría permitirnos tomar real dimensión de este fenómeno y es una deuda pendiente. En 2020 el Congreso de la Nación puede comenzar a saldarla aprobando la nueva Ley de prevención y sanción de actos discriminatorios que exigimos desde 2007 y aún no se ha concretado.
Mucho hecho, mucho por hacer
Muchas veces escuchamos que Argentina es un país de avanzada en materia de derechos LGBT+. Y es cierto. La aprobación de las leyes de Matrimonio igualitario e identidad de género impulsadas por la FALGBT en 2010 y 2012 es prueba de ello. Pero la brecha entre la igualdad legal ya conquistada, y la igualdad real con la que soñamos es enorme.
Y para achicarla tenemos que promover políticas públicas que empujen un gran cambio cultural que ya no se limite a “respetar” las diversidades, sino que invite a toda la sociedad a celebrarlas.
Celebrar la diversidad implica reconocernos en la diferencia como sujetas y sujetos de derechos, poder expresar lo que sentimos sin miedo a la violencia. Es construir una sociedad en la cual vivir y amar libremente sea un derecho ciudadano.
Bonus track
Mientras escribía esta nota supe de la noticia de la salida del armario de Nicolás Fernández, arquero de Gral. Belgrano de La Pampa en una nota en Tiempo Argentino. Bajo el título “Cuando en la cancha me gritan puto me doy vuelta y me río” relató cómo tuvo que dejar el deporte que ama desde la adolescencia hasta los 24 años por la violencia recibida. Hoy se convirtió en el primer jugador profesional varón de Argentina en hablar abiertamente de su sexualidad.
Ante esto un periodista respondió en las redes sociales “Son miles los que todavía no dijeron que son heterosexuales”. Será porque simplemente a nadie por ser heterosexual lo insulta, agreden, hostigan, golpean o echan de los espacios públicos. Salir del armario y decirse “puto” en el fútbol, como lo hizo Nicolás Fernández, es un acto de valentía.
Ningún “heterosexual” tuvo que dejar la práctica deportiva o la escuela, ni fue expulsado de su hogar por su orientación sexual. Simplemente porque la heterosexualidad es “lo esperado” por la sociedad y no tiene sanción. Ojalá algún día la sexualidad de una persona no sea un dato relevante ni un pretexto para la exclusión o la discriminación. Mientras tanto deberemos seguir alzando la voz porque a nosotras, nosotros y nosotres, nos siguen pegando abajo.